Gloria
Pues bien, Gloria forma un excelente equipo docente con algunas de sus vecinas que trabajan con ella y con quienes comparte una auténtica amistad, una amistad que perdura toda una vida, especialmente con Gloria, Lily y María Antonieta. Se nota que se quieren mucho, y ese amor es la amalgama que las mantiene unidas en la empresa.
A su trabajo como directora y administradora del colegio, añade su labor docente de cuatro asignaturas en todos los grados de primaria: idioma español, estudios sociales, religión y educación física. Es interesante detenernos un poco en su profunda fe, ya que la certeza de saberse hija de Dios la llevaba a un amor confiado a El, a la Santísima Virgen y a San José. Transmitía las enseñanzas de la religión con una gran fuerza, fruto de su intensa vida interior. Además de esas clases, organizaba anualmente las primeras comuniones de los alumnos, preparándolos uno a uno con gran dedicación y cariño.
Muchos de los egresados del colegio son hoy profesionales destacados, madres y padres de familia; y otros, autoridades que han servido y sirven al país de diferentes maneras: un sacerdote, un vicepresidente, dos ministros, una viceministro que también ha sido embajadora, un rector universitario, etc.
Ya que en el colegio hay dos grados en cada aula, las clases se dan simultáneamente en un escenario. Esta auténtica “escuela unitaria” funciona con Gloria al frente y en 1970 ella la dona al párroco de la iglesia de la colonia, quien la encarga a otras educadoras que hacen posible que siga existiendo hasta hoy en día, con muy buen desempeño.
Estos cuantiosos frutos se lograron gracias a que las raíces de la vocación de servicio de Gloria estaban nutridas del amor a sus alumnos. Se cumple en ella la afirmación que la vocación del educador tiene su asiento en el amor. Amor a la tarea que se realiza, amor jugoso, pleno de ilusiones, capaz de enfrentarse a las dificultades; amor que, a pesar de todas las dificultades, produce alegría. Podemos decir que la alegría en el desempeño de la profesión es el termómetro de la vocación. Quien trabaja sin amor trabaja sin vocación y no es feliz; realiza una tarea que no le satisface humanamente y tal vez la emprende sólo como un medio para subsistir.
En cambio, Gloria se interesa por cada uno de los alumnos, los ve como personas, como alguien y no como algo. Nada más lejos de un buen educador que aquel profesor que no sienta el deseo de relacionarse con cada uno de sus alumnos. Cuesta entender la frase: "soy profesor de la Sección A". Sería mejor cambiarla por esta otra: "soy profesor de Luis, Pedro, María, etc.". Porque para ser profesor de calidad se precisa un trato personal. Cada quien es cada quien, cada uno tiene características singulares que deben ser conocidas, comprendidas y aceptadas, -cosa que no es fácil- porque no es fácil salir de uno mismo para darse a los demás.
Interesarse en otro implica, paradójicamente, desinteresarse de uno mismo, hecho no muy corriente. Interesarse supone entrar dentro del ser –en ese caso dentro del ser de cada alumno- pasando por alto la superficie, la envoltura, y la comúnmente utilizada máscara, lo cual exige un esfuerzo de atención, una concentración, que a veces agota más que cualquier otro esfuerzo.
Por lo anterior, la relación entre profesores y alumnos es un factor invaluable e insustituible en la calidad de la educación. Esta relación no puede ser anónima, sino que debe poner en relación dos vidas: la del profesor y la del alumno. El modo como un estudiante haya vivido la sociedad colegial influirá en su actuación como ciudadano del mañana.
Gloria orienta a sus maestras recomendándoles que trabajen siempre en equipo, les sugiere ver al alumno como a quien hay que ayudar, a quien hay que querer. Es el amor el mejor lazo de unión. El maestro que siente con amor su profesión no se conformará con dar conocimientos a sus alumnos, se dará él mismo, se entregará él. Y esa entrega, en vez de ser una carga pesada, constituirá su felicidad, porque el que logra frutos abundantes es feliz.
Vemos que Gloria, como directora y maestra de vocación, ejerce su profesión con espíritu de servicio y no admite la chapucería, las cosas mal hechas, porque está convencida de la nobleza de su trabajo. Mantiene un nivel de exigencia que se concreta en orden, puntualidad, disciplina. No se para en lo fácil. Busca lo difícil. Se brinca los obstáculos, o los pasa por debajo. No admite nunca la rutina en su tarea diaria y no ve dos días iguales en su labor en el aula. Impulsa a cada alumno a buscar la excelencia personal, como algo habitual y ordinario, sin dejar, la más mínima posibilidad al asomo de la mediocridad.
Una muestra de cómo Gloria supo convertir el aprendizaje en una aventura, y que no se midió en su entrega generosa a la docencia son los actos de fin de año, las “clausuras”, en las que con gran creatividad propiciaba que los alumnos se lucieran ante sus padres en actuaciones de teatro, ballet y otras artes. También organizaba las famosas pastorelas, representando “La Rosa Niña”, de Rubén Darío. No faltaron en las actividades extra aula las excursiones y visitas a museos, etc. También se esmeraba en que los tiempos de “recreo”, de receso entre las clases, fueran lúdicos, y seguramente quienes estudiamos en el Colegio Santa Elisa los recordamos con especial gozo.
Gloria siente vivos deseos de trascender. No se conforma con quedarse en una superficie plana y estéril y busca que su vida tenga relieve. Comprende desde la fe católica que esta vida es un punto en comparación con la línea infinita que representa la eternidad. Procura hacer de su vida un constante ejemplo para los alumnos, porque es en este ejemplo, en las actitudes y en el comportamiento del maestro, donde el alumno aprende, con mayor eficacia. El ejemplo del maestro deja una huella vital en sus alumnos, y ésta se convierte en una señal que siempre le recuerda a su maestro.
Para Gloria, educar lleva consigo un sentido de compromiso vital en aquello que se quiere transmitir. Es consciente de que el maestro no puede reducirse a ser un cable transmisor, sino que es fuente de energía. Es posible saber la ciencia de la educación y no saber educar. ¡Cuánto maestro vemos hoy lleno de técnicas pedagógicas, utilizando la mejor tecnología y, sin embargo, su tarea educativa no se eleva por encima de la mediocridad. El maestro con personalidad da vida a cuanto hace o dice y sólo de este modo consigue frutos, consigue transmitir unos conocimientos que se hacen vida en el alumno.
Gloria no está pendiente de modo exclusivo de las notas, de ese número frío que refleja los conocimientos empaquetados en la memoria estudiantil, que muchas veces origina tan duros juicios por parte de padres y maestros. Sin prescindir de la evaluación del alumno, la enfoca con justicia, prudencia, exigencia, y en base a referencias objetivas.
Podríamos decir que la fuerza de la vitalidad pedagógica de Gloria estriba en que considera que los padres son los primeros educadores. Entiende que la familia es la primera y más profunda escuela de amor y ternura, que anima e impulsa a los hijos a buscar la felicidad en los verdaderos valores humanos. Ella tiene la aventura de educar a sus nueve hijos como madre y como maestra, y con esta mentalidad educa a los hijos que le confían sus padres, queriéndolos como a sus propios hijos, dándoles lo mejor de sí.
Gloria escribe poemas a sus seres queridos[1], y para la graduación de maestra de una de sus hijas compone varios poemas, que resumen la descripción de ella misma y su peculiar enfoque de la pedagogía. Sus alumnos recordamos cómo cada clase con ella era una aventura, un auténtico juego. De allí que de todos los poemas que se recogen a continuación, el primero sea especialmente un exponente de por qué la consideramos ¡la mejor maestra del mundo!:
[1] WURMSER, Gloria Ordóñez de. Intimidades. Imprenta Gutenberg, Guatemala, 1984.

En nuestra Guatemala actualmente hay, y siempre ha habido, incontables directores de centros educativos ejemplares. Este tipo de educadores es capaz de crear una escuela, un método y una pedagogía. Una de las directoras de colegio modelo es Gloria Ordóñez de Wurmser (1920-1992), quien educó con un estilo pedagógico singular, que podría describirse como aquél en el que conjugaba amor y exigencia, y muchos otros calificativos, que iremos viendo en este recorrido sobre su vida y enseñanzas.
Si hacemos un ejercicio imaginario, nos remontamos cincuenta y pocos años atrás, a una casa de la zona doce de la ciudad de Guatemala. Allí vive Gloria, con su marido Juan, y sus primeros cuatro hijos. Gloria, después de ejercer el magisterio durante unos años, decide cuidar no sólo de sus hijos, sino también de los ajenos, y el 18 de febrero de 1955 acepta encargarse de la dirección del Colegio Santa Elisa, que traslada a su casa pocos meses después. A lo largo de quince años dirige el colegio, integrado por alrededor de un centenar y medio de alumnos de primaria y preprimaria, la mayoría vecinos de la famosa Colonia Santa Elisa.











